
La búsqueda de tesoros ocultos, ha sido la causa de que muchas personas, motivadas por el interés de probar suerte en el intento de adueñarse de cuando menos uno de ellos, dediquen parte de su vida a ello exclusivamente; al hablar de los tesoros ocultos, acuden a la mente de los participantes en tales referencia, un caudal de conceptos ligados a valores tales como las monedas de oro, de plata, lingotes de los mismos metales preciosos o grandes concentraciones de monedas de gran valor o interés por su antigüedad.
Los ancianos son considerados las personas más aptas para referir todo lo concerniente a ello, ya que por razón de sus años conocen y hasta se afirma que muchos de ellos participaron en el ocultamiento de tan formidables fortunas. Las pláticas en las que se cuentan una y mil historias resultan por demás entretenidas y forman parte integra de las leyendas de varios lugares; por su puesto que no se omiten en las referencias, los sitios en los que se ocultaron los tesoros, resultando entre los más comunes las casas antiguas, sobre todo si están abandonadas, y los caminos viejos que dejaron de funcionar (Caminos Reales) por causa de la construcción de nuevas vías de comunicación entre un lugar y otro.
Si bien es cierto que se cuenta que los tesoros, para poderse enterrar o empaderar en su caso, se depositaban en diversos tipos de recipientes donde quedarían contenidos: Cántaros, ollas de barro, y cajones de madera son los más populares, pero también había otro tipo de mantener unidas las monedas y éste era colocándolas en pieles de animales tales como de vacas, chivos y aún de gatos, entre otros; las pieles usadas de esta forma son conocidas con el nombre popular de “Zurrones” y es precisamente de estos que se derivan los llamados en la tradición como “Familiares”.
“Los Familiares” formaron a su alrededor toda una época de historias que compartieron con los tesoros ocultos, pero sin embargo se diferenciarían notablemente de los segundos, debido a que ellos no permanecían ocultos, sino por el contrario ”iban” al encuentro de las personas mismas que podían considerarse agraciadas si actuaban en su momento debidamente. Pero en sí, ¿En qué consistían tan singulares elementos?
Para que existiera un “Familiar” era necesario que hubiera un dinero colocado en el interior de una piel de animal, y este mismo era el que daba la apariencia que en lo sucesivo asumiría.
Por lo general, la aparición de los “Familiares”, se realizaba durante las noches, manifestándose a personas que caminaban o se encontraban en lugares propicios para la aparición; calles solitarias y obscuras de la misma ciudad. En un solo instante y cuando menos se esperaba aquel pacífico ciudadano se sobresaltaba al percatarse que una forma de animal, en la mayoría de los casos y en otras ocasiones solo una “bola” con ojos, se desplazaba hacia él; en algunas ocasiones emitían un sonido semejante a un zumbido y en otros casos se desplazaban silenciosamente ante la mirada del testigo momentáneo. La impresión debía de ser terrible y de asombro total para el protagonista que de no reaccionar instantáneamente solo le quedaba ver como el “Familiar” se “perdía” en un punto determinado, lugar en el que probablemente es donde estuviera enterrado; pero si la persona actuaba al momento y si disponía de un objeto, por lo general sagrado, un escapulario un rosario o en su defecto un objeto personal, y lo arrojaba sobre el “Familiar”, en el acto se habría dejando su maravilloso contenido en poder de la persona a quien se le había manifestado y que supuestamente merecía una distinción, siendo tal recompensa el dinero contenido en aquel ser misterioso.
Aún después de los años cincuenta del siglo XX, las leyendas referentes a los “Familiares” eran constantemente recordados por los mayores y se comentaban multitud de casos referentes a ellos; cuando tenía lugar alguna de las muchas platicas que se contaban durante reuniones familiares o entre adultos y niños a quienes se les narraban historias como diversión, los “Familiares” no se omitían de manera alguna.
Fernando Tejeda
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